La escritura del náhuatl, en un inicio pictográfica, era suficiente para excitar y fijarse en la memoria, no se leía, más bien se relataba.
En en una pintura, el lector iba refiriendo y relatando la leyenda escondida bajo las imágenes y símbolos del pictograma, era necesaria una fijación mnemotécnica y la música ayudó a forjarla como en todas las culturas literarias al comenzar. De ahí nació el cantar, el poema y el relato.
No en vano la palabra náhuatl que expresa nuestra idea de leer corresponde a la de contar, sea enumerando o narrando: poua.
Así pronto el cantar, el poema y el relato se liberaron de la sujeción a la pintura. Abriéndose su propio camino, como cosa viva, y se fueron transmitiendo de boca en boca. Esa era una de las ocupaciones de los antiguos; conservar, componer, enseñar, recoger y volver a difundir aquellas narraciones.
Cuando el alfabeto latino conquistó al pictográfico, las narraciones fueron recogidas en su lengua vernácula y otras en español para la narración del pasado.
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